Y mira que lo intento. Pero no. Será que no he ido al París adecuado. Estoy ya en el avión de vuelta a Munich, con la camisa sudada. El pasajero de al lado empieza a mirarme mal…
Y es que he venido en el día, para hacer unos papeleos de trabajo. Nada importante, pero tenía que firmar yo. Como iba cerca de Versalles (ojo, a unas instalaciones militares, nada romántico) he probado un vuelo nuevo de Transavia desde Múnich al aeropuerto de Orly. Por un momento, pensé que me evitaría el jaleo de cruzar la ciudad desde el Charles de Gaulle. Con el vuelo escogido, debía llegar a París con más de hora y media de margen, para llegar a un sitio que estaba a 20 minutos en coche de alquiler.
El vuelo bien; el avión sencillo tal y como corresponde a una compañia de bajo coste. Pero al llegar… Al parecer, Transavia «descarga» en un edificio remoto del aeropuerto de Orly. Eso se arregla con unos diez minutos de autobus hasta la Terminal Sur. Pero ni rastro de los coches de alquiler. Las pistas y carteles se perdían hacia el tren de las otras terminales. Pero, ¿He dicho Terminal Sur? Ah, sí, los coches de alquiler están en la Terminal Oeste, por si te interesa. Así que iba bien encaminado, y he cruzado toooda la Terminal Sur (de nuevo) para tomar ese tren. Otros diez minutos perdidos en la Terminal Sur, y unos pocos más esperando al tren. Paciencia Alberto. Aún llegamos.
Pero la Terminal Oeste, era eso: El Oeste. Una jungla de gente, maletas, carros… otros diez minutos, hasta llegar a una fila interminable en el mostrador de Avis. Al menos, esto es predecible, y un cuarto de hora después tenía mi contrato en la mano… sin las llaves del coche. El trabajador de Avis (muy amable, y ¡en castellano!) me ha dicho que estaba «en la plaza número tres, al final del parking». ¿He dicho ya que hacía calor? Ya estaba sudando, y apenas eran las 11 de la mañana.
Otros diez minutos cruzando el parking. Juraría que he pasado debajo de Versalles… Pero no. Ya eran las 11:30, y yo había quedado a las 12:00. Aún tenía margen, ¿no?. Ya no.
La forma de conducir de los parisinos (y de la madre que los parió, al parecer) es bastante diferente a la de Alemania. Cambios constantes de carril, acelerones, frenazos. Gente que deja «cien metros» de distancia de seguridad, creando más atasco aún detrás de ellos. Y mi navegador de google empanado. He debido pasar un par de veces por Satory (donde iba), pero me lo he perdido en la lluvia. Al final, he llegado casi media hora tarde. Y si me conoces un poco, sabrás lo mal que me ha sentado.
En fin, he conseguido asistir a la entrega de los equipos que estábamos esperando en Francia, y he firmado el albarán. A su vez, el francés de turno me lo ha firmado a mí, asegurando que los cuidaría como si fueran suyos.
Pero no se ha acabado todo. En vista de mi experiencia a la ida, he decidido salir con al menos una hora de margen hacia el aeropuerto. Otro error. A las cuatro de la tarde, y lloviendo, están todos los malditos franceses en las carreteras de París. Y he descubierto algo nuevo. Las motos circulan, de serie, entre los dos carriles de la izquierda, aunque no haga falta. Es suficiente con que enciendan las luces de emergencia y piten de vez en cuando… al parecer, los parisinos respetan eso y se apartan. Incluso aceptan las broncas cuando, al intentar cambiar de carril legalmente con el coche, se llevan una reprimenda del motero de turno por obstaculizarles…
He llegado al aeropuerto con medio ataque al corazón, al descubrir en una pausa del atasco que NO tenía mi tarjeta de embarque. Sí, había hecho el check-in la noche anterior, pero había impreso dos veces el billete de ida. Así que casi he dejado el coche de alquiler en marcha, aceptando el recargo por no devolverlo con el depósito lleno. He corrido por la terminal Oeste (el mismo parking infinito de por la mañana) hasta el tren aéreo sin conductor (así no puedes echarle la culpa a nadie), he cruzado la terminal Sur hasta los mostradores de facturación (los de Transavia, los únicos del sótano, pero ya lo sabías, ¿no?) y me han dado un duplicado de la tarjeta. Las 17:30, justo la hora de
comienzo del embarque.
Así que corre de nuevo al control de seguridad, pásalo con buena cara (sudando como un cerdo, y con unas muestras de conectores enormes, muy sospechosas). He tenido un minuto para meterme en el baño y secarme la cara (y medio cuerpo, con papel higiénico) antes de ir a la puerta de salida… que me llevaba a otro autobús. 17:40, y el embarque había comenzado, según la pantallita.
En fin, he llegado al avión, y estoy escribiendo esto mientras se me seca el sudor de todo el cuerpo, con el inútil chorro de aire enfocado al cuello. El tipo de al lado ya no me mira mal. Espera a que despegue los brazos del cuerpo, te vas a enterar. Llevo once horas despierto, y he usado unos cuantos medios de transporte… Voy como en un tiovivo. Coche, avión, autobús, tren, coche de nuevo. Coche, tren, autobús, avión, y coche, cuando llegue a Múnich. Necesito una ducha. Ahora, me voy a dormir todo el viaje, y mañana quizá me ría con los compañeros de todo esto.
Pero, desde luego, no me apunto a muchos viajes así a París…



Jaajajajaja! Alberto, qué lastimica… pues cuidadín con los chorros de aire frío al cuello cuando uno está sudado… ¡¡que dan torticolis!! te lo digo yo, mirando pal oeste. 😉