Por motivos de trabajo, estuve a finales de Mayo cerca de Atenas durante un par de días. Ya había volado a la capital de Grecia anteriormente, y puedo decir que han cambiado pocas cosas.
Desde el cielo, todo parecía igual: El terreno reseco por el sol, una gran cantidad de pequeñas casas tradicionales con sus «parches» en la instalación eléctrica pero con las últimas tecnologías en energías renovables – la mayoría de esas casas contaba con su panel solar para calentar agua.
El taxista que me llevó a Vougliami también cumplía con el cliché: Moreno, gafas de sol, conduciendo como un loco (para mis estándares alemanes actuales) y el regateo en el precio final de la carrera.
Durante los poco más de 20 kilómetros desde el aeropuerto, pude comprobar cómo se mezclaban casas en estado ruinoso con descampados llenos de basura y escombros, pero también con coches de gama alta. Supongo que en tiempo de crisis la gente debe aferrarse a algo (el viejo pintalabios para las mujeres), y al parecer en Atenas son los coches caros.
Seguí viendo muchos contrastes: Las aceras, de losas de cemento, estaban destrozadas en muchos sitios, y los pinos las habían invadido casi hasta el punto de no poder andar por ellas. Sin embargo, la playa local, de pago, se
conservaba en un estado perfecto, lista para recibir a turistas y locales.
Por supuesto, también vi otros contrastes, quizá más agradables. Durante el día, y de la misma manera que sucede en mi Zaragoza natal, muy poca gente se atreve a aventurarse al sol, sólo lo hacen si es necesario. A finales de Mayo, ya rondaban los treinta grados… Pero al llegar la noche, la media docena de bares destartalados cerca de mi hotel se convirtió en una zona de marcha, llena de gente «guapa» con ganas de divertirse, a pesar de la crisis.


